¿Cuántas formas existen de dibujar un oasis en el desierto? ¿Cuántas hojas de palma abiertas, cuántas ramas secas confundiéndose en el paisaje? La poesía es un refugio / donde adentro siempre llueve, sentencia la voz que fuga en este libro. La voz fuga, sí: como en la preciosa raíz antigua del verbo, intenta en ráfagas de luz y noche demorada, espantar un mal que presiente propio. Un mal invisible ante el día de lxs otrxs, es un espejo partido en la propia lengua. En su filo, se adivina la puerta secreta: las palabras enhebran hojas y flores, en capas frágiles.¿Será suficiente?¿Es un resguardo en el tiempo, visitarse en la desmesura del pasado, medir con la boca del corazón la herida? En el latido la huella habla, conjura el mal y trae las nubes. Llueve, sí, llueve. El caudal del cielo se desboca. Las gotas humedecen la madera y el pasto arrasado. Hay viento. Agua en el refugio. Llueve, sí, llueve. Pero llueve en el desierto. Y ese es un principio.