Visto desde fuera, su problema era bien trivial. Cada vez ponía en duda solo el objetivo buscado, pero no, en cambio, la búsqueda misma. Así nuestro hombre buscaba sin reposo, pues los posibles lugares de hallazgos son infinitos. Lo que el romanticismo no había tenido en cuenta era en la posibilidad trivial de que no existe la flor azul, en vez de considerar la posibilidad de que el buscador sin duda no había buscado en el lugar debido. Por esto parecía que sólo se daba la alternativa maniquea de encontrar y no encontrar, y nuestro hombre se hallaba prendido consigo mismo en este juego de sumas a cero.