Cuando T.J. las había llevado a Minnie y a ella por primera vez, había experimentado un estremecimiento de entusiasmo. Era un lugar sacado de un libro de cuentos, la habitación de la torre para la princesa, una historia romántica con cortinas blancas de gasa. Ahora, solo pensar en subir le provocó náuseas; con una única escalera de acceso, la buhardilla le pareció más una prisión que una vía de escape.