«Los coleccionistas que desfilan por estas páginas de tan peculiar santoral, lo son cada uno a su manera. De modo que su enfermedad debería recibir un nombre propio por cada desviación, por cada mutación del gen del deseo de la propiedad y de la anexión bulímica. Pulsiones incurables, en todo caso, por cuanto, a medida que se va acercando a la saturación, el horizonte del bibliómano siempre retrocede, pues de modo continuo le salen al paso noticias de libros fabulosos y perdidos, en una suerte de moderna reedición del suplicio de Tántalo. La inteligencia acaso del bibliófilo consiste en último término en este poner su deseo en un objeto en rigor inagotable, y permanecer entonces espoleado para siempre por una inquietud que no se sacia, y eso hasta el fin de sus días, comunicándoles a los mismos un sentido, y hasta una suerte de misión, que el bibliósofo se toma muy en serio».
Fernando R. de la Flor