Cuando pensamos en Orwell escribiendo Mil novecientos ochenta y cuatro en Barnhill, en la isla de Jura, podríamos evocar al hombre del cigarrillo perpetuo, una figura alta e inclinada sobre su máquina de escribir como si estuviera encadenado a ella, completamente entregado y motivado, trabajando contra reloj, tratando de hacer caso omiso de sus pulmones dañados. Pero en esos meses también remaba, pescaba, cavaba, aserraba, cortaba leña, arreglaba su moto, reparaba lo que estaba averiado