Nada dentro salvo el vacío

Con los ojos cerrados busca una imagen que la reconforte y la devuelva nuevamente al sueño. Sobre la cama se abre un abismo blanco, profundo; un hueco sin nada dentro salvo el vacío. Un vacío enorme que podría llenarse con cualquier cosa.

sin embargo, me pregunto si acaso no vas a convertirte en una astilla incrustada en la yema del dedo gordo; una astilla sin punta, tenaz, caprichosa.
Imposible de quitar.

Pero estaba bien así: siempre es necesario desear un poco las cosas antes de obtenerlas.

Empezamos con pataditas bajo las sábanas, seguimos con dientes, lengua, labios, saliva, un laberinto de piernas y brazos desnudos, resbaladizos, y terminamos cepillándonos los dientes, una al lado de la otra, frente al espejo del baño, como si lo hubiésemos hecho todas las noches de nuestras vidas.

Porque al final su efecto es explosivo: lo reduce todo a escombros.

Años atrás había sido testigo de su letanía, después de la separación; la había escuchado decir que el amor no solo no salva sino que nunca es suficiente.

Anoche soñé con vos. Tu tono tenía el peso con que se dicen las cosas importantes, delicadas; el aliento caliente de tu boca me sobresaltó en medio de la humedad y el frío.

Flotábamos, junto al suave vaivén, como en un recuerdo mojado, un recuerdo que nunca se seca. Hasta que la presión en los oídos, en los ojos, se hacía imposible: teníamos que volver a la superficie para tomar aire.
Se me ocurre que amar debe ser algo así.

días en los que nos sentimos fuertes, ágiles, intocables.

Alguna vez leí a un artista decir que solo el color negro posee profundidad. Porque es como si fuese una ventana pequeña, una salida por la que podemos pasar y por donde podemos ver todas las cosas que están sucediendo a un mismo tiempo: todo lo que amamos y todo lo que tememos.