No estoy seguro de que haya sido una buena idea…, empecé dubitativo.
Nunca estás seguro, por eso me necesitas, me interrumpió irritado Gaustín, necesitas a alguien que haga lo que tú no tienes agallas de hacer.
Para ti es fácil, porque cuando las cosas se ponen tensas, simplemente cambias de tiempo, mientras que yo me quedo…
Cierto, pero yo lucho en cada tiempo como si fuera el único, mientras que tú, en tu único tiempo, te comportas como si tuvieras otros cien posibles.
(¡Tiene razón, tiene razón, maldita sea!).
Y tú… tú eres una proyección, eres un monomaníaco, pero un monomaníaco en serie, solo que no recuerdas tus manías anteriores. No puedes jugar con el pasado. ¿Es que no recuerdas todos tus proyectos anteriores?… El cine para los pobres, donde teníamos que contar las películas antes de la proyección, por la mitad de precio y sin haberlas visto nosotros mismos, y casi nos dan una paliza, y la proyección sobre las nubes, y la fábrica de bofetadas… Todos fueron un fracaso, eres el príncipe de los fracasos…
Es suficiente, replicó Gaustín con frialdad, no fuimos nosotros quienes inventamos los referéndum.
Tampoco los impedimos.
¿Deberíamos haberlo hecho?, se apresuró en decir, antes de que yo cerrara la puerta al salir.
Lo ignoro, sire, respondí con fingida sequedad, tratando de entrar en el tono de los años cuarenta, el mismo de su camisa verde. No me rio la gracia. Nos dimos un frío apretón de manos y salí. Allí mismo tuve la sensación de que volvería a perderlo…