Las tempestálidas

No hay nada casual a día de hoy en esta avalancha de personas que han perdido la memoria… Están aquí para decirnos algo. Y, créeme, algún día, más pronto que tarde, muchos empezarán por sí solos a descender al pasado, a «perder» la memoria por propia voluntad. Se avecinan tiempos en los que cada vez más personas desearán cobijarse en la cueva del pasado, volver atrás. Y no por buenas razones, precisamente. Debemos tener preparados los refugios antiaéreos del pasado. Llámalos «cronorrefugios», si lo prefieres, o «refugios históricos»

Nada volvería a ser inocente

Nada volvería a ser inocente: los baños, el comedor, el horno de gas, el médico de bata blanca que quiere ­ponerte la inyección, la iluminación, los ladridos de los perros afuera, la voz tajante, ciertas palabras en alemán…

Sin querer te das cuenta de cuántas cosas en una clínica están potencialmente cargadas de una violencia oculta, como diría Foucault.

En algún lugar Primo Levi escribió que el campo de concentración es esa realidad ineludible en la que sabes que tarde o temprano te despertarás en medio del sueño de la vida. Y esa ­sensación no se desvanece con el paso de los años.

El mundo envejece y cada tres segundos alguien pierde la memoria.

No lo considero ninguna anomalía, es igual que con lo que no ha sucedido.

Últimamente recuerdo mucho más los libros que no he leído que aquellos que sí he leído. No lo considero ninguna anomalía, es igual que con lo que no ha sucedido.

No lo sé, de verdad que no lo sé.
Escuchar de él la frase «no lo sé» era algo que ocurría una vez cada cien años, Gaustín lo sabía todo, o al menos nunca reconocía lo contrario.

Algunos años duran más que otros.