Los nueve relatos de este singular tratado ofrecen al lector la posibilidad de satisfacer uno de los placeres más exquisitos, más ordinarios y menos confesables que afligen al ser humano: el de contemplar todos los rincones de la vida ajena por una ranura impune. Frente a nuestros ojos se despliega una galería de estampas turbadoras, de situaciones y diálogos que despiertan la inquietud o la risa, la piedad, la envidia o el espanto. Apelan a los bajos instintos y a las altas reflexiones. Hay sexo crudo y cocido, naturalmente, pero también lujurias sutiles, casi transparentes. Hay personajes sórdidos, seres extraños e individuos convencionales que buscan caminos para eludir la convención. Hay locos de remate. Hay cuerdos lunáticos. Hay apetitos ingobernables y sentimientos complejos. Hay, por supuesto, una impúdica exhibición de las muchas infidelidades que nos habitan en cuerpo y alma.
Hay, por encima de todo, un humor ácido y negro
que nada oculta a la vista, que ilumina las sombras. 'Tratado de la infidelidad', sin embargo (o quizá por ello), no solo nos convierte en espectadores voluntarios: esa indiscreta ranura es también el espejo que nos devuelve la imagen de nuestras paradojas, de las verdades que no afrontamos y las mentiras que nos consuelan. Como dice Sofía Ramírez en la revista 'Cuadrivio', esta obra “busca provocar a las buenas conciencias”. Y lo consigue. Entonces empezamos a vislumbrar «una porción de instantes infinitos que vuelven una y otra vez”. Eso es la felicidad si hemos de creer a los tratadistas que han compuesto estas páginas.
Esta obra obtuvo el Premio Nacional de Cuento Agustín Yáñez en el año 2008.