pero un águila les comió la lengua, y la piedra se ennegreció de fuego, y sonaron las cornetas y gritos y silbos y se levantaron los penachos y divisas de oro por última vez sobre la ciudad, muerte de falo erecto, muerte de alarido mudo, y entonces fue el tiempo de la viruela y de la pestilencia, y de arrancar el oro a las sepulturas, y el tiempo de huir al monte y buscar el signo silvestre y el tiempo de bajar a la mina y ponerse el hierro en los labios mientras otros vestían el jubón y el sayo y la chupa y eran otros los que andaban pobres y descalzos y conversaban mansamente: he aquí que la medalla se vuelca y el troquel es de arrieros y cachopines, clérigos y pleitantes, y festones y frisos de oro estriados: he aquí el emporio de Cambray y Scita, Macón y Java, y el emporio de relaciones y plegarias, romerías y sermones, regocijos, bizarrías, jaeces, escarches, bordaduras, fiscales, relatores, ediles, canciller (resguardo inútil para el hado), alcahuete de haraganes, el que tiraba la jábega en Sanlúcar y un cucurucho negro: simulador confidente, relapso, dogmatista y luego, la empresa eternamente memorable