A diferencia de otros guerrilleros latinoamericanos, el subcomandante no parecía un obtuso comunista sin ideas propias, sino un hombre inteligente y astuto con el que era posible dialogar: muy pronto sus interlocutores se dieron cuenta, regocijados, que el subcomandante era, al igual que ellos, un intelectual. Tras leer sus primeros comunicados, Carlos Fuentes no dudó en afirmar que Marcos “había leído más a Carlos Monsiváis que a Carlos Marx” y, un poco más tarde, Octavio Paz reconoció que Durito, el personaje de escarabajo-caballero andante creado por el líder zapatista, era “una invención memorable”.
Desde luego, el subcomandante no es el único guerrillero que se ha considerado a sí mismo como un miembro de la in-telligentsia, pero sí es el primero que logra ser aceptado como un interlocutor permanente por todos los sectores de la sociedad. Numerosas figuras públicas se han asumido como sus apasionados defensores -el espectro va de la escritora Elena Po-niatowska al premio Nobel José Saramago, de la actriz Ofelia Medina al cineasta Oliver Stone, o de la antigua primera dama francesa Danielle Mitterrand al cantante Joaquín Sabina-,1 mientras que otros, más cautelosos, sólo han aceptado ser sus corresponsales; pero incluso quienes se han mostrado más crí-ticos con sus ideas no han vacilado a la hora de reconocer la eficacia política de su prosa. En cualquier caso, todos ellos han contribuido a legitimar la lucha del EZLN y a permitirle una capacidad de comunicación que no ha disfrutado ningún otro movimiento armado en América Latina desde la Revolución cubana.