Sandra, que tiene 34 años, me escribió hace unas semanas para desahogarse: «El otro día me llamó una amiga que tiene mi edad y que ha sido siempre la típica que lloraba conmigo en plan: “Dios mío, no vamos a ser madres nunca”. Y el otro día me llama y me dice que está embarazada. Y yo me quedé en shock. Me alegré mucho por ella, claro, pero por primera vez en mi vida me pasó que, junto a la emoción y la alegría, me vino otra emoción de rabia, de enfado, de envidia, de frustración. Y encima me sentía mal, me sentía culpable, por experimentar todas esas emociones que no podía controlar junto a las buenas. Me lo contó a las doce y pico de la noche, y luego me metí en la cama y me puse a llorar. Pensaba: “Eres una puta cría, una egoísta. Tienes que ser capaz de alegrarte por la felicidad ajena aunque tú tengas un anhelo que no se está cumpliendo”. Al día siguiente me levanté y se lo conté a una amiga. Me dijo: “Gracias por contármelo porque el otro día me pasó lo mismo pero peor”. Y le dije: “¿Cómo que peor?”. Y ella me respondió: “Pues una amiga mía de mi edad me dijo que llevaba un año y pico intentándolo y que no se queda, y que está muy preocupada. Y yo, en lugar de preocuparme por ella y empatizar con su problema, pensé en mí. Decía: ‘Hostia, pues cuando me ponga yo, seguro que tampoco me quedo’. Me sentí fatal. Primero porque mi amiga ya lo está intentando y yo no, y segundo porque mi amiga no puede y seguramente cuando yo me ponga, como ya seré mayor, tampoco”». Clara, por su parte, me confesó también durante la entrevista: «Una amiga que se ha casado nos dijo que su pareja y ella iban a ponerse con el primer embarazo ya. A mí se me caían los lagrimones. Me sentía mal porque por un lado quería alegrarme por ella, pero no podía. Lo único que me preguntaba era: “Por qué ella sí y yo no”»