Evan no iba a besarme. Quería que yo lo besara, para así estar libre de culpas por haberme incitado de nuevo. Él quería que yo cruzara la frontera de la amistad que él había dibujado entre nosotros, la cual se agujereó cuando dijo aquello de «eres mía», pues, hasta donde yo sabía, los amigos no son propietarios de sus amigos.
¿Adónde iba con todo esto?