Yo llegué a Solentiname a principios de 1966, poco después de mi ordenación sacerdotal. Había estado en un monasterio trapense en Estados Unidos, y no pude continuar allí por motivos de salud. Mi maestro de novicios, Thomas Merton, me aconsejó que fundara una pequeña comunidad donde se tuviera la vida contemplativa en una forma natural y sencilla, y sin reglamentos. Para esa fundación escogí una isla en el remoto archipiélago de Solentiname en el lago de Nicaragua. Estuvimos teniendo siempre huéspedes. El poeta chileno Jaime Quezada era muy joven cuando llegó a Solentiname en 1971, formando también parte de nuestra pequeña comunidad, o nuestra “comuna” más bien. Escribió un pequeño bello libro sobre su estadía con nosotros. Era una tierra muy suya, y marcó su vida. Me parece que ahora ya era tiempo de que se reeditaran estos bellos relatos que nos describen aquellos años de Solentiname. Porque todo lo que Solentiname fue sigue siendo y es eternamente, como los poemas de Jaime en los que Solentiname siempre está siendo.