En toda Francia nadie se preocupa del capitán Rouget de Lisle. La inmensa gloria, la mayor que jamás haya conocido una canción, es sólo para ella, para la canción, y ni una sombra de la misma recae sobre Rouget, su creador. Su nombre no figura en el texto, y él mismo habría pasado por completo desapercibido a los amos del momento, si no hubiera llamado enojosamente la atención.