En El testamento del Mago Tenor hay -todavía más que en otras novelas de Aira— abundante acción, muchos escenarios y una trama veloz y rarísima, embrollada hasta el paroxismo y sólo aparentemente resuelta al final. Tejidas entre sus muchos incidentes se intercalan citas literarias y referencias a los cómics, al cine, a las novelitas de quiosco y sus enredos insensatos; se despliega sin pudor alguno el más extremo “orientalismo” que ignora hasta la geografía y que permite inventar cualquier cosa siempre que se la sitúe en algún escenario “exótico”; aparecen y brincan por doquier personajes inolvidables (como el Buda Eterno, chaparrito y torpísimo) o individuos de doble fondo cuyos secretos apenas atisbamos, y la verosimilitud se desmorona a cada paso