La casa junto al mar

A estas alturas, ya debería haber aprendido —y creí que lo había hecho en Nelson— que, cuando la gente insiste en que quieren verme porque les encanta mi trabajo, lo que realmente pretenden es hablar de ellos

Escribir poemas es la mejor manera que conozco de comprender qué ocurre de verdad en nuestra mente, pero para ello debemos usar esa mente y contemplar la poesía como un oficio, sin asomo de indulgencia.

Hay veces en que no soporto formar parte de esta horrible raza, la humanidad, compuesta por destructores y asesinos de todo cuanto es amable e indefenso. Eso es lo que somos. Y al final, claro está, nos destruiremos a nosotros mismos.

Entonces, antes de los campos de concentración nazis, aún podíamos creer en la bondad humana. Ahora el ser humano se alza, cada vez más, como un asesino de toda clase de vida, incluida la animal —mata a las ballenas como a los de su propia especie—; un portador de muerte, en definitiva.

La poesía, quizá, consiste en hacer algo tranquilamente, sin la angustia y la tensión de la verdadera creación.

El bloqueo de la escritura es un mal del oficio, un viejo conocido que muy rara vez sufro, pero, cuando surge, entro en pánico.

La clave para centrarse parece ser, en mi caso, hacer cada tarea con una concentración absoluta: arreglar el jardín como si fuera algo esencial, escribir del mismo modo, y ver a los amigos con una actitud abierta a cuanto traen consigo.

la escritura es el hilo que va urdiendo una continuidad bajo el tumulto de los días

Mi vida, en general, es una maraña de flores, gente y cartas

Los sensibles —escribe la doctora Shafica Karagulla— describen a los zapadores como individuos que tienen campos cerrados de energía y, en algunos casos, pueden ser totalmente inconscientes de la energía que traspasan a los demás. Simplemente, se sienten mejor en compañía de gente más vital. Cualquiera que viva cerca de un zapador durante un tiempo empezará a sentirse desesperadamente exhausto por razones que no alcanzará a comprender, lo cual, seguramente, lo desconcertará y confundirá en extremo. Al final, el profundo instinto de autoconservación produce en la víctima un irresistible deseo de escapar del zapador,