Me rompiste el corazón —admito con dificultad—. Jamás había estado con un chico antes, tengo recuerdos muy confusos de lo que hicimos esa noche, pero sé que me desperté con la ilusión de que me dijeras «te quiero» y no «perdón».
—Lo lamento… —me dice ahora, al borde del llanto—. Por favor, dime que no es tarde.
Me callo.
—Puedo hacer que me perdones, que te olvides que un día fui tan imbécil, que me vuelvas a querer…
Solo lo miro, sin dejar de llorar.
Él entiende.
—¿Hay otro?
—Sí —admito.