El hombre no emplea ni conoce una fuerza suficiente para poner en contacto dos átomos. Esta no es sino la bien establecida proposición de la impenetrabilidad de la materia. Todos los experimentos la prueban, toda la filosofía la admite. He intentado mostrar el designio de la repulsión, la necesidad de su existencia; pero me he abstenido religiosamente de toda tentativa de investigar su naturaleza, a causa de una convicción intuitiva de que el principio en cuestión es estrictamente espiritual, yace en una profundidad impenetrable para nuestro entendimiento presente, está implicado en una consideración de algo que ahora —en nuestro estado humano— no cabe considerar, en una consideración del Espíritu en sí mismo. Siento, en una palabra, que aquí y sólo aquí Dios se interpuso, porque sólo aquí la dificultad exigía la interposición de Dios.