El buen doctor

e di cuenta de que, antes de operar el cerebro de un enfermo, debía conocer su mente: su identidad, sus valores, lo que hacía que su vida valiera la pena de ser vivida, y qué devastación volvía razonable permitir que esa vida acabar

Tenía que ayudar a aquellas familias a comprender que el individuo que conocían —el ser humano pleno, vital e independiente— ya sólo existía en el pasado,

En esas coyunturas críticas, la pregunta no es simplemente si vivir o morir, sino qué tipo de vida vale la pena vivir.

Las enfermedades son moléculas que se comportan mal; el requisito básico de la vida es el metabolismo, y la muerte su cesación.

Así es, en efecto, como noventa y nueve por ciento de la gente selecciona su empleo: remuneración, ambiente de trabajo, horario. Pero el asunto es justamente ése: poner primero tu estilo de vida es la forma de encontrar trabajo, no una vocación.

En ese momento, sólo pude pensar en Samuel Beckett; en las metáforas que, en esos gemelos, habían llegado a su límite terminal: “Un día nacimos, otro moriremos, el mismo día, el mismo segundo.