Me contó también cosas que le habían contado los negros...: que cuanto más clara era la piel, más de fiar era el negro. Me pareció asombroso que un hombre inteligente incurriese en semejante tópico, e igualmente asombroso que hubiera negros que lo fomentaran, porque en realidad emplazaba al negro más oscuro en una posición inferior y alimentaba la idea racista de juzgar a un hombre por su color.
Cuando no estaba tumbado bajo la lámpara, recorría las calles de Nueva Orleans para orientarme. Paraba todos los días en un puesto de limpiabotas callejero que quedaba al lado del Mercado Francés. El limpiabotas era un hombre mayor, grande, muy inteligente y buen conversador. Había perdido una pierna durante la Primera Guerra Mundial. No mostraba la obsequiosidad del negro sureño, pero era cortés y fácil de conocer. (No es que yo me hiciese la ilusión de conocerle, porque era demasiado astuto para otorgar tal privilegio a un hombre blanco). Le conté que era escritor y que estaba viajando por el Sur Profundo para estudiar las condiciones de vida, los derechos civiles, etcétera, pero no le conté que haría eso como un negro. Finalmente, intercambiamos nombres. Se llamaba Sterling Williams. Decidí que podría ser el contacto para mi ingreso en la comunidad negra.
7 de noviembre
Hice mi última visita al médico por la mañana. El tratamiento no había funcionado tan rápida y completamente como habíamos tenido la esperanza que lo hiciese, pero disponía de una capa oscura de pigmento que podría retocar perfectamente con tinte. Decidimos que debía afeitarme la cabeza, ya que no tenía rizos. Se estableció la dosis y el tono oscuro debía aumentar con el paso del tiempo. A partir de allí, tenía que arreglármelas solo.
El médico mostró muchas dudas y tal vez lamentase haber accedido