Nueva York de un plumazo

Aquella noche sentí el confort de estar acompañado por una persona con la que compartía el sentido del humor, un detalle bastante importante en un país extranjero, donde tiendes a trasplantar tus chistes habituales y, lo que es peor, a traducirlos literalmente con resultados catastróficos.

a mí me suele engatusar, por pura coherencia interna, más el error que el acierto

de esa falsa percepción ajena que genera el periodismo cuando realizas entrevistas (de tres minutos) a Leonardo DiCaprio en hoteles de lujo o acudes a fiestas de cortometrajistas latinoamericanas con pisos en Tribeca

Con las ideas tan claras y los valores tan firmes que había tenido siempre, empezaba a entender que mi identidad neoyorquina era, al menos de momento, puro mimetismo.

porque ser atractivo para alguien es lo más parecido a sentirte aceptado en la nueva ciudad y acabas confundiendo sexo con integración y pertenencia.

en vez de avivar nuestras prematuras cenizas, dejó en evidencia que mis apetencias estaban demasiado sublimadas.

Pude darme cuenta de que, como yo, hay muchos que viven con un pie en la sofisticación gritona de su entorno laboral y una lágrima al cerrar la puerta de casa y tener que pasar de puntillas por el baño para no despertar a su compañera de piso.

porque lo bueno del extranjero en Nueva York es que, sea cual sea la situación, siempre piensa en positivo y disfruta porque está practicando el inglés

Cuando en los postres todo el mundo se acercó a ella, además de demostrar que aun dentro del estrellato siempre ha habido clases (y ella se podía permitir ningunear a Catherine Zeta-Jones), desapareció antes de las doce, cuando realmente empezaba el día de su cumpleaños.

Si las cosas salían mal, ya encontraría tiempo para aferrarme a esa nostalgia, también muy de nuestra generación, a los valores de la familia católica y de los amigos de juventud.