Yo, la verdad es que más que estar nerviosa tenía miedo. Y aunque esa palabra nunca la pronuncian los doctores, tenía muchísimo miedo de lo que iba a suceder, de tanta atención a mi alrededor, de todas las agujas e inyecciones, de cuando los adultos hablaban bajito, de la gente que vi en el consultorio y de que un día tuviera la cara de uno de los otros niños que también tenían cáncer