Centro de Investigaciones Robóticas, donde trabaja. Isaac se había marchado unos minutos antes, después de protestar porque no le gustaba el desayuno, montar una rabieta porque no quería ponerse ese pantalón largo y enfadarse con su padre porque no le iba a acompañar al colegio.
Desconozco los motivos de su comportamiento. No obtiene ningún beneficio y solo consigue poner de mal humor a su padre. ¿No se da cuenta de que no es bueno incomodar a la gente? Demasiado incompletos estos cachorros humanos.
–Te voy a programar para que te conectes a la hora en que Isaac aparece por casa –me dijo Albert en el laboratorio antes de apagarme–. Aunque yo tardaré aún un rato en llegar, las cámaras centinela vigilarán para que no os pase nada. Parece que mi hijo se ha levantado hoy algo nervioso.
Pensé que revisaría mi accesorio de GPR antes de irse, pero debía de llevar prisa, porque no lo hizo. Me he reconectado hace unos minutos y he comprobado que aún no hay nadie en la casa. No han llegado ni Isaac ni su padre. El laboratorio permanece silencioso. Las horas que he pasado apagado son solo un vacío sin tiempo.
Me dedico a curiosear. Enciendo la pantalla virtual de la computadora principal. Aquí debe de haber muchos más conocimientos almacenados que en el dispositivo escolar de Isaac o que en la otra que me dejó usar Albert para entretenerme.
Encuentro cantidad de datos complicados, para los que me faltan conocimientos previos. Es ingeniería avanzada, pero como no me rindo voy comprendiendo. Los humanos están obsesionados con la seguridad, hay muchos sistemas de vigilancia: desde aquí se puede controlar el exterior de la casa, todas las habitaciones, el parque burbuja y a los niños, que llevan un dispositivo en la muñeca. ¿De qué tendrán tanto miedo? Descubro que, a pesar de tanta obsesión, no es difícil desconectarlos. Eso hago: borro la grabación para que Albert no me vea consultando la computadora central. Se reactivará