La migración, en especial la que se desplaza en situaciones de precariedad, es un síntoma de las fallas del modelo económico global. Atenuar esta precariedad comienza cuando se reconoce al migrante como actor elegible de las políticas de desarrollo.
Los fenómenos de exclusión ocurren aun sin ser buscados activamente y, en realidad, incluso cuando existe la voluntad política y técnica precisa para combatirlos, ellos emergen con facilidad demostrando cómo están enraizados en los modelos de comportamiento de los individuos y de la organización de las sociedades.