—¿Sí, muchacho? —repitió aún con mayor dulzura—. Te enfermo, ¿eh? No, muchacho, no soy yo quien te enferma, sino tú mismo. Y ése es el verdadero motivo de que estés aún aquí, junto a una carretera secundaria. Nunca tuviste valor, ¿eh, muchacho? Nunca tuviste el valor de marchar de casa, de buscarte un trabajo o alistarte en el ejército o echarte novia…
—¡No me hubieses dejado!
—Eso es, Norman. No te hubiese dejado. Pero si tú hubieras sido un hombre de verdad, habrías hecho tu voluntad.