La moralidad, pues, pasa a ser paulatinamente estetizada, y en dos sentidos mutuamente relacionados. Por un lado, ha sido llevada más cerca de las fuentes de la sensibilidad; por otro, concierne a una virtud que, como el artefacto, es un fin en sí misma. Si vivimos bien en sociedad no es gracias al deber o a la utilidad, sino a una placentera satisfacción de nuestra naturaleza. El cuerpo tiene razones que la mente desconoce: una providencia benigna ha adaptado tan exquisitamente nuestras facultades a sus propios fines como para hacer vivamente placentera su puesta en funcionamiento.