Un pingüino en Trieste

Era yo. Era él. Era yo en el futuro. Era él ahora. Era yo dentro de treinta años. Era yo frente a mí mismo, era yo frente a él, era mi padre, era su hijo, era verdad, y era demasiado.

—Sí. Puede. Ya veremos —repetí. Estaba perdiendo mi vocabulario a trozos.

—¿Ya estás aquí? Pues sí que era corto el capítulo.

La tía de Susanna estaba en el vestíbulo del hotel, sentada en un sofá hojeando una revista.

—De hecho, son zulúes: su nombre significa «gente del cielo»

Me sentía bobo. En todos aquellos años nunca había tenido un padre, nunca lo había visto, no me había escrito ni una línea, no había nada que hiciera pensar que siguiera vivo; y aun así, descubrir que estaba muerto, haberlo leído, me dolía.

Si hubiera nacido mujer, no habría embarcado.