Scrooge volvió á contemplarse, aunque de más edad, en la flor de la vida. Su rostro no tenia los rasgos duros y severos de la madurez, pero sí notaba en él ya las señales de la inquietud y de la avaricia, y en sus ojos una inmovilidad ardiente, codiciosa, que revelaba en él la pasion dominante; se conocia ya hácia qué lado iba á proyectarse la sombre del árbol que empezaba á crecer.
No apareció solo. A su lado habia una hermosa jóven, vestida de luto, cuyos ojos, llenos de lágrimas, brillaban á la luz del espíritu.
—Poco importa, dijo ella suavemente; á lo menos por lo que á vos toca: otro ídolo se ha apoderado del lugar que ocupaba yo. Si es que este puede alegraros y consolaros, como lo hubiera yo hecho tambien, no tendré motivos para afligirme.
—¿Y qué ídolo es eso?
—El becerro de oro.