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Guillermo Arriaga

El Salvaje

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  • lauvillafal47836цитирует4 года назад
    Los aborígenes de una tribu australiana creen que cuando una persona muere viaja con dirección al oeste, hacia el Sol que desciende en el horizonte. En los rayos del atardecer transitan los muertos hacia su noche final, un puente entre la luz y la oscuridad. Excepto los niños. Los niños que fallecen son muertos antes de su tiempo y no merecen terminar en la oscura comarca de la muerte. Por ello permanecen indefinidamente en el limbo naranja del ocaso.

    Cuando muere alguien que no debía morir, los niños salen del Sol crepuscular y guían al alma de quien pereció de regreso al cuerpo abandonado. El cadáver inhala el alma y se estremece al sentirla volver. El sacudimiento es muestra de que ha revivido. El niño mira al muerto que ha recobrado la vida y satisfecho regresa a su casa, el declinante Sol del atardecer.
  • lauvillafal47836цитирует4 года назад
    Según una tribu africana, los humanos contamos con dos almas: una ligera y una pesada. Cuando soñamos es el alma ligera que sale de nuestro cuerpo y deambula por las periferias de la realidad; cuando nos desmayamos es porque el alma ligera se ha ausentado de súbito; cuando se marcha y jamás retorna es cuando enloquecemos.

    El alma ligera viene y va. El alma pesada, no. Solo emigra de nuestro cuerpo en el momento en que morimos. Como el alma pesada no ha salido al mundo exterior, ignora cuál camino conduce hacia los territorios de la muerte, aquellos donde residirá para siempre. Por esa razón, tres años antes de la muerte, el alma ligera emprende un viaje para buscarlos. Como no sabe hacia dónde dirigirse, trepa a un baobab, el primer árbol de la creación, y desde ahí escudriña el horizonte para determinar el rumbo. Luego visita a mujeres en menstruación. Durante unos días las menstruantes experimentan los límites de la vida y la muerte. Entre sangre y dolor pierden al ser que pudo ser y ya no será. Durante su periodo menstrual, las mujeres se tornan sabias. Bordean las fronteras entre el existir y el no existir, y por eso pueden señalarle al alma ligera hacia dónde se halla el abismo de la muerte.

    El alma ligera echa a andar. Recorre valles, cruza desiertos, escala montañas. Luego de varios meses, arriba a su destino y se detiene al filo del brumoso precipicio. Lo contempla, azorada. Frente a sus ojos se manifiesta el gran misterio. Regresa, le narra con detalle al alma pesada lo que ha visto y firme la guía hacia la muerte.
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