Desde que la epidemia se instaló, las rutas están desiertas, también las calles, las plazas y los parques. Las fronteras cerradas y el abastecimiento comprometido. La escasez comienza a dar lugar a la desesperación. En las últimas tres semanas, raramente es visto un automóvil circulando por esos lugares. Con la epidemia vino el aislamiento. Con el aislamiento, el silencio. El fin del mundo se aproxima. O al menos el fin de este mundo que habitamos.
Un extraño virus hizo que las personas se vieran obligadas a no salir de sus hogares, pero Edgar Wilson no puede abandonar su trabajo: los animales muertos a los costados de la ruta son cada vez más y es su deber recolectarlos. Nada es como solía ser, el ambiente se vuelve cada vez más extraño y también los recorridos a los que Edgar Wilson está tan habituado. Hasta que un día se reencuentra con Bronco Gil y el exsacerdote Tomás, y una verdad devastadora, en la que están involucrados el Estado y las fuerzas militares, se les va a revelar.
¿Pero es acaso el fin del mundo consecuencia de una voluntad divina o es el destino inevitable de la violencia ecológica, el fanatismo religioso, el autoritarismo y la ambición desmedida?
Ana Paula Maia articula ambas opciones con maestría sin dar nunca nada por hecho y construye un relato trepidante con una profusión de imágenes y situaciones tan impactantes como inolvidables.