El sol de la mañana limpia el aire, enciende las plantas de los jardines, baña de luz dorada las paredes de las casas. Por acá viven los que mandan y ellos están a salvo, envueltos, protegidos, tibios: duermen todavía. Si de golpe se abrieran las persianas, ellos se asomarían al mar sobre los tejados rojos, verían un barquito deslizándose y el día creciendo y confirmarían que todo sigue en orden, igual que ayer y mañana: no escucharían ninguna explosión: nada más que la voz de las olas, que es la misma de siempre, y, más cerca, el vuelo zumbador de un moscardón.