Cuenta la leyenda que al principio el Padre Tierra no odiaba la vida. De hecho, como afirman los acervistas, hubo un tiempo en el que la Tierra hacía todo lo posible para facilitar la extraña vida que aparecía en su superficie. Creó estaciones predecibles, hizo que los cambios de vientos, mareas y temperaturas fueran lentos para que todas las formas de vida se pudieran adaptar y evolucionar, y reunió aguas que se purificaban por sí solas y cielos que se despejaban después de las tormentas. No creó la vida, eso ocurrió por accidente, pero era algo que le gustaba y fascinaba, y estaba orgulloso de cuidar de una belleza tan salvaje y extraña en su superficie.
Pero entonces la gente empezó a hacerle cosas horribles al Padre Tierra. Envenenaron las aguas hasta extremos que no podían depurar y mataron a gran parte de la vida que poblaba la superficie. Atravesaron la corteza de su piel y la sangre de su manto, y llegaron hasta el dulce tuétano de sus huesos. Y cuando la humanidad se encontraba en la cúspide de su poder y arrogancia, los orogenes hicieron algo que ni la Tierra fue capaz de perdonar: destruyeron a su única hija.
Ninguno de los acervistas con los que ha hablado Sienita ha sido capaz de decirle qué significa esa frase tan críptica. No proviene del litoacervo, sino del registro oral que a veces ha quedado grabado en medios tan efímeros como el cuero y el papel, y que ha ido cambiando a lo largo de las estaciones. Unos dicen que los orogenes destruyeron el cuchillo de cristal favorito de la Tierra. Otros, su sombra. Y otros, su Semental más valioso. Signifiquen lo que signifiquen esas palabras, los acervistas y los mestros coinciden en lo que ocurrió justo después de que los orogenes cometieran su gran pecado: la superficie del Padre Tierra se quebró como una cáscara de huevo. Casi todas las formas de vida murieron cuando manifestó su ira con la primera y la más terrible de las quintas estaciones: la estación del Desastre. Por muy poderosos que fueran, aquellos vetustos habitantes del planeta no recibieron ninguna advertencia ni dispusieron de tiempo para preparar abastos ni litoacervo que los guiara. La humanidad sobrevivió por pura suerte y consiguió reponerse, aunque ya no volvió a alcanzar tales cotas de poder. La furia incesante de la Tierra no volvió a permitirlo.