Estamos en 1914, a comienzos de la Primera Guerra Mundial. Los países árabes de Oriente Medio no existen aún. Jerusalén y Damasco pertenecen al Imperio otomano. El palestino Midhat viaja a Francia para estudiar medicina y se enamora de la hija de su anfitrión francés, pero durante una conversación se produce un malentendido y el joven se va a París, donde participa en polémicas, seduce a mujeres, estudia en la Sorbona. Termina la guerra europea y Midhat vuelve a Palestina, pero no ha olvidado a su amada francesa. Tampoco ella lo ha olvidado, y le escribe una carta que Midhat no recibe.
Mientras tanto, Francia y Gran Bretaña se reparten el control de Oriente Medio; para contener las reivindicaciones árabes inventan países como Irak, Líbano, Jordania, Palestina y Siria, y facilitan la inmigración de miles de judíos, que se van apoderando del suelo palestino. Midhat se ha casado, tiene un comercio de telas, todo parece ir bien. Pero el pasado vuelve cuando encuentra la carta de la amada francesa, que había sido interceptada y escondida por su padre. Una carta que es como la oportunidad occidental perdida. Midhat entra en crisis y enloquece. Su locura dura lo que la huelga general de 1936, que señaló el inicio de la rebelión árabe contra la inmigración judía y el imperialismo británico que la apoyaba.
El parisino no es solo la historia de un palestino afrancesado: también es la de una geografía en conflicto desde las Cruzadas. La rica prosa de Isabella Hammad, que mezcla los tres idiomas que se oían en Palestina en aquellos tiempos, el árabe, el francés y el inglés, parece aunar multitud de influencias, y es como una invitación a que el lector las descubra.