Paulo Freire vuelve sobre los temas que lo han ocupado a lo largo de su extensa trayectoria como profesor y como ensayista, en particular sobre aquellos aspectos que definen el alcance de la enseñanza. Con el vigor de la palabra oral y la precisión conceptual de quien revisa constantemente sus propias ideas, el autor sostiene que la tarea de enseñar no puede quedar reducida a la transmisión de contenidos o destrezas; por el contrario, debe avanzar un paso más, a fin de comprometer a los docentes y a los alumnos con su entorno social y cultural. La dimensión ética es la que permite integrar y respetar al otro, comprender los cambios propios y los ajenos, reconocer la injusticia y trabajar para revertirla, construir un sentido de autonomía y responsabilidad personal. Por eso, no puede estar ausente de ningún vínculo, menos aún del que se establece entre quien enseña y quienes aprenden.
¿Por qué no aprovechar la experiencia que tienen los alumnos de vivir en áreas de la ciudad descuidadas por el poder público para discutir, por ejemplo, sobre la contaminación de los arroyos o los riesgos que los basureros abiertos ofrecen a la salud de la gente? ¿Por qué no hay basureros abiertos en el corazón de los barrios ricos en los de clase media de los centros urbanos? ¿Por qué no discutir con los alumnos sobre la realidad concreta, a la que hay que asociar la materia cuyo contenido se enseña; la realidad agresiva en que la violencia es la constante, y la convivencia de las personas es mucho mayor con la muerte que con la vida? ¿Por qué no establecer una “intimidad” necesaria entre los saberes curriculares fundamentales para los alumnos y la experiencia social que ellos tienen como individuos?