Bien mantuvo la muchacha su palabra, aunque no su pretendiente, a quien no podía aceptar porque una fuerza oscura, los lastres del pasado, colgaba de su cuello, blanco como la nieve.
Y aquí por poco me río, pero me acerco el pañuelo a la boca con los labios túrgidos, entre los cuales acabo de comerme un plátano.
Muchacha alada de virtudes, alabada seas, y al que falta a su palabra no le digo sino esto:
–¡Canalla!
Con él ocurrió lo que sigue: cansado de mantener su promesa, solicitó los favores de una muchacha salida de la nada.
Su mérito fue ser muy bella.
Y él dijo el sí para toda la vida, hizo un pacto defensivo y ofensivo, el muy olvidadizo; y con el rostro radiante de alegría, la llevó al altar mientras unos niños pequeños arrojaban a su paso unas guirnaldas que se dirían trenzadas por las ganas de vivir, y mientras la fiel, en su alcoba, puesta al día del evento, y envuelta por el mugido del órgano que acompañaba a la pareja a su dicha futura, se consumía de tristeza, con lo que se hace patente que actuó con mucha sensatez, a saber: se retiró de una vida rica en decepciones, haciendo de su ternura una soga o muriendo ahogada por la palabra que dio.
Y sacaron de la casa a la mujer firme y de honor intachable en un ataúd.
Manuel3
Manuel se hallaba entre la multitud; en la plaza, frente al palacio, estaban dando un concierto. Una parte de la gente permanecía inmóvil; otros iban y venían entre el gentío, tratando de molestar lo menos posible. Algo lo divertía; aquel modesto estar allí de pie lo hacía sentirse a sus anchas. Pasar inadvertido puede ser muy placentero. Fumaba, saboreándolo con deleitosa morosidad, uno de esos puros corrientes en el país, sin distinguirse por ello de nadie. No sabemos a ciencia cierta cómo había llenado su tarde. Allí, en esa velada tranquila, de pie entre sus semejantes, estaba preocupado por dos muchachas, sin agobiarse, por lo demás, demasiado. Una de ellas se hallaba por casualidad justo a su lado y le hacía sentir la sedosa frescura y el calor de su cuerpo. No era él quien quería ese don, sino que éste se le ofrecía. Arriba, en la ventana abierta, se dejaban ver figuras conocidas y desconocidas, entre ellas una joven a la que él había prometido fidelidad, como quien dice, y a la que hasta entonces nunca había sido infiel,