Una hora próxima a la penumbra; una terraza en el subsuelo; el momento ciego del postre; la niña en bicicleta saliendo de una fotografía; un anciano muriendo en la sonrisa de una grada; la lluvia como una peregrinación y hombres y mujeres observados desde el ojo de la cerradura de un baúl abandonado en el balcón de un condominio en el campo; hojas y ramas y árboles caídos sobre el lecho de sus propias flores; el amor como una estación; el miedo es un cruce de caminos, y el delirio un disparo al aire. Una ciudad cúbica en el laberinto de un parque situado en el barranco de un páramo a mediodía y las herramientas de un jornalero contando los segundos que necesita el sol para mentirse; una mujer comprando agua donde hace tiempo que los niños no tienen sed. Esculturas y monumentos, ráfagas de viento dando volteretas bajo la carpa de una mente alucinada, y los lectores acudiendo a sumergirse en la propuesta poética y el estilo narrativo, y compartir su soledad en la muchedumbre, a conmoverse o deshacerse de aquello que solo vuelve en los olvidos, en los vestigios que deja el abrazo estremecido de un peatón urbano que cabalga la cebra de su paso para cruzar el cauce y cambiar su destino. Parque Inglés es prosa y poesía, protesta y postdata, es memoria y mensaje, es la posibilidad de hacerse otros paisajes imposibles en cada lectura.