DARÍO
(1920)
El poeta Fernaces compone ahora
la parte más importante de su poema épico.
Como al trono de los persas
subió Darío, hijo de Histaspes. (De él
desciende nuestro glorioso soberano,
Mitridates, Dioniso y Eupátor.) Pero aquí
se requiere filosofía; es forzoso analizar
los sentimientos que albergaría Darío:
arrogancia tal vez y embriaguez de poder; en absoluto —más bien
plena conciencia de la vanidad de su grandeza.
El poeta medita con hondura la cuestión.
Mas su sirviente, que entra aprisa,
lo interrumpe y la grave noticia le adelanta.
Ha estallado la guerra con los romanos.
El grueso de nuestro ejército ha cruzado la frontera.
El poeta queda perplejo. ¡Qué desgracia!
¿Cómo nuestro glorioso rey,
Mitridates, Dioniso y Eupátor
podrá ahora dedicarse a la poesía griega?
¡Poesía griega —fíjate— en medio de una guerra!
Desolado está Fernaces. ¡Qué mala suerte!
Ahora que con su Darío podría seguro
distinguirse y cerrar por fin la boca
a sus envidiosos detractores.
¡Qué retraso, qué retraso para sus planes!
Y si fuera sólo un retraso, enhorabuena.
Pero vamos a ver si es que puedo estar seguro
en Amiso. No es una ciudad especialmente fortificada.
Son terribles enemigos los romanos.
¿Podremos los capadocios acabar
con ellos? ¿Será posible?
¿Podremos medirnos ahora con sus legiones?
Dioses poderosos, protectores de Asia, socorrednos.—
En medio, sin embargo, de toda su confusión y desgracia,
bulle, obstinada, la idea del poema—
Lo más probable, seguro, es que fuera arrogancia y embriaguez de poder;
arrogancia y embriaguez de poder debió sentir Darío.