Habermas distingue dos planos en la realidad social: el sistema y el mundo de la vida. El primero representa todos aquellos mecanismos administrativos y económicos en los que no intervienen los seres humanos, sino que se rigen por acciones estratégicas, como la eficacia. El mundo de la vida, por el contrario, está constituido por las interrelaciones humanas; es el mundo de la cultura, de las normas sociales y de la personalidad, que está regido por la acción comunicativa. Lo que ocurre es que la sociedad tecnológica ahoga el mundo vital e impide que la acción comunicativa se lleve a cabo. La acción estratégica «coloniza» el mundo de la vida, con lo que la razón instrumental impone sus intereses y hace imposible el diálogo intersubjetivo, garante y generador de vida social. En consecuencia, aparecen las «patologías de la sociedad» actual, que son, entre otras, la pérdida de sentido cultural, la confusión normativa (anomia) social y las diferentes psicopatologías de la personalidad.
La solución sólo puede venir por recuperar el diálogo y el consenso interpersonal, para llevar a cabo un discurso práctico en el que intervengan interlocutores válidos, es decir, que busquen en el diálogo un acuerdo consensuado independiente de sus intereses personales. El discurso práctico legitima las normas si tienen aplicación universal, a saber, si pueden ser aceptadas por todos los que puedan resultar afectados.