Tierra fresca de su tumba

Era un viejo sin tiempo. Quizás de eso se trataba naufragar.

, tratando de proteger con mi cuerpo la espalda crística de Joaquín, ese lienzo deshidratado donde ni siquiera asoma un lunar, solo la insinuación de los omóplatos, prueba incontestable de la negativa divina a convertirnos en mejores criaturas, en ángeles caídos o pájaros de una especie ordinaria pero feliz.

Me parecía inconcebible que Dani no viera lo mismo que yo veía. ¿Acaso no éramos hermanos?

Cuando el lapso temporal pasaba, una tristeza más gris que el cielo que se prepara para una tormenta se cernía sobre mi coronilla. Hacía todo lo posible por no llorar porque eso era como darle alas al ánimo maligno. Tía Anita decía que el ánimo maligno era sediento y bebía lágrimas.

yo lo vivía como un vértigo, la sensación de que bastaría un empujón para arrojarme a un abismo plagado de oscuridad. Y la certeza de que esa oscuridad terminaría asfixiándome.

cargar sin tregua el volumen insondable de la miseria.

Cargan cementerios completos en sus corazones,

Qué triste es la omisión.

Preacher Jeremy me ha explicado que dar testimonio es despojarse de lo más auténtico y que el despojo es un paso fundamental.

Tenía miedo de desbarrancarme en su abismo. Pero también quería ahogarme allí.