De manera indirecta, a pesar de todo, encontró formas de hallarse conmigo. A través de los espacios y vacíos, nos vimos afuera del metro Eugenia años y años, y me siguió entregando ese peculiar paquete, un libro, sobres de atún y doscientos pesos, en el que guardaba todos los sentimientos que no podía enunciar. Yo lo recibía en el mismo pacto silencioso. Por años logramos dejar un brazo lo suficientemente extendido para que las yemas de nuestros dedos nunca dejaran de tocarse.