A principios de los años noventa, la historia y su movimiento final parecían evidentes: las dictaduras latinoamericanas se desvanecían al parecer sin violencia y por la acción virtuosa de la sociedad civil; el socialismo real perdía su atractivo; la única opción que quedaba en pie, la democracia liberal de partidos combinada con el capitalismo, debía, sin dudas, ser el camino correcto.