La historia de los cinco sentidos está marcada por jerarquías culturales. La visión y la audición han ocupado por siglos la más alta posición, al menos en Occidente. Tacto, olfato y gusto se ubican en los puestos inferiores de ese podio, ya sea como categoría estética o de sensibilidad. La noción de gusto hoy pareciera restringirse al ejercicio de la opinión: me gusta/no me gusta. Sin embargo, este gesto, en apariencia transversal y democrático, alcanza otras esferas de la experiencia, como principio de discernimiento y juicio que también revela nuestros sesgos. Ya lo dijo Merleau-Ponty: toda teoría del cuerpo es una teoría de la percepción y, por lo mismo, del mundo. Entonces, el gusto es uno de los vectores que traman esa teoría y también su devenir. Más allá de las abandonadas categorías de buen y mal gusto, este libro propone un viaje a las fuentes clásicas y modernas. Porque aquello que pareciera reducirse a la esfera de lo subjetivo y puramente personal tiene un fundamento colectivo y cultural, configurado a través de la educación y su alcance masivo. El sentido del gusto dice mucho, no solo de lo que nos place o disgusta, sino también de los recorridos históricos del gustar, a través del sabor, pero también de su raíz común —la palabra lo revela— del saber.