Entonces, como si el mismo rayo embarazador de María me hubiera alcanzado, me sentí iluminada y ansiosa por responder cuando ni me estaban preguntando a mí y salté poniéndome de pie y, cual tarabilla a la que le dan cuerda, comencé a declamar y recitar el credo, el avemaría, el padrenuestro y cuanto habían pedido.