Hielo negro

Por las molestias —murmuró. Esa noche, Azucena se suicidó.

ielo negro tiene decenas de deudas pendientes, me robé pedazos de la vida de varias personas y consulté a mucha gente para darle coherencia.

La señora Armengol sintió que se desmayaba.
Afuera, el bramido de una motocicleta se alejaba por las calles desiertas, perdiéndose en la noche.

Venía acompañada de un cheque de caja por diez millones de pesos.

«Por favor, úselo bien y no haga pendejadas. Atentamente, La Puta».

En la mesa había un sobre que simplemente decía: «Sra. Armengol»; lo tomó con manos temblorosas para abrirlo.
Era una carta de apenas una línea:

Esta vez escuchó pasos. Vio la luz apagarse y oyó la puerta trasera azotar de un portazo.

¿Quién anda ahí? —llamó insegura. Silencio.

Más ruidos.
Temblorosa, la mujer se incorporó lentamente, como deseando que el ladrón se fuera antes de que ella bajara. Caminó despacio hasta la escalera.

Su trabajo de contadora en una fábrica textil no daba para mantener a tres hijos. C