a. Partió al medio el casco de la hijita de un picotazo y enterró como una piqueta su filo en el cráneo, una, dos, tres veces, pulverizando la nariz y los ojos y haciendo de su angelical sonrisa una papilla de inmundas viscosidades, que salpicó triperío y gelatina a las paredes y a los juguetes y a las muñecas y a los padres, que se pusieron del color de la cera y se descompusieron tanto del dolor que ni a gritar alcanzaron