El establecimiento del Segundo Imperio y la remodelación urbanística de París coinciden con la decadencia del Romanticismo y con la aparición de alternativas a éste. Baudelaire es la figura indiscutible de esta época de crisis. El vértigo de la metrópolis, el nacimiento de la bohemia, la idea de la modernidad, la descripción del tedio y la atracción del mal son algunos de los temas que encontramos en sus obras. Carta magna de la literatura “maldita”, Las flores del mal representó la apertura de una nueva vía poética que habrán de recorrer Verlaine, Rimbaud y Mallarmé.
Se ha tratado de rescatar aquí la obra de Baudelaire de las interpretaciones filosóficas y hasta teológicas que desde Sartre hasta hoy han tergiversado su significación, para devolverle su pulso poético y hacer ver que el simbolismo guarda relación con una mística sensualista, con un hipersensualismo desde el cual el poeta se siente más interesado por explicar con la magia del lenguaje las relaciones misteriosas entre diversos órdenes de percepción que por el desciframiento místico de los símbolos de la naturaleza. Los símbolos poéticos serían redes de armonías, cadenas de alegorías y tramas de correspondencias que permiten entrever en diversos planos la unidad primordial y básica de la existencia.