En su presentación a este libro, Michel Houellebecq, el autor de las más vitriólicas novelas sobre la sociedad contemporánea, afirma: «Las ‘‘reflexiones teóricas” me parecen un material narrativo tan bueno como cualquier otro, y mejor que muchos. Lo mismo que las discusiones, las entrevistas, los debates… Y es más evidente todavía con la crítica literaria, artística o musical. En el fondo, todo debería poder transformarse en un libro único, que uno escribiría hasta poco antes de su muerte; esa manera de vivir me parece razonable, feliz, y quizás hasta posible de llevar más o menos a la práctica.» Y en este fragmento de su «libro único», Houellebecq pasea su feroz mirada. Ataca al «repugnante realismo poético» de Prévert; realiza un apasionado elogio del cine mudo, «un arte cuyo objeto era el estudio del movimiento»; considera la poesía no sólo como otro lenguaje, sino como «otra mirada»; en el sexo no se busca el placer, afirma, sino la gratificación narcisista. ¿Y en cuanto a su propia obra?: la unidad estriba en la intuición de que el universo se basa en la separación, el sufrimiento y el mal…, y fantasea con adaptar su primera novela con un guión similar al de Taxi Driver y dice desear entrar en un universo Mary Poppins. Houellebecq nos habla también de la muerte de Dios como preludio de un increíble folletín metafísico; de la poesía paradójica que nace en medio de los hipermercados y de los edificios de oficinas; del arte contemporáneo como mondadura, deprimente pero a la vez el mejor comentario sobre el estado de las cosas; de una visita al salón del vídeo hot. Y a propósito de la clonación, ¿para qué sirven los hombres? En resumen, el mundo como supermercado y como burla.