Nunca en la vida había vuelto a sentirse tan ligero y libre como entonces. No solo porque ella no esperaba nada de él, ni un reencuentro cierto día a cierta hora, ni le pedía que se quedara a su lado, que se divorciara y se casara con ella. Era como si los encuentros, el tiempo juntos, las caricias y los abrazos hubieran abolido la fuerza de la gravedad.