Yo aún no he visto

le pedían explicaciones, la hija siempre había señalado hacia su propio cuerpo, muda y con grandes ojos tristes. Como si el cuerpo fuese una explicación por sí mismo.

ante el drama del mundo, se ponía pacientemente a trabajar con el lenguaje, como si buscase la palabra que abriese algo, lo revelase y lo cambiase todo.

Así es el haber procreado un hijo: esa manera de ver el mundo que llevan consigo, la dejan en el umbral apenas dan un paso dentro del hogar de la infancia.

Las relaciones y sus finales eran tan sólo un modo de hacer que pasara el tiempo. Así vivía. Tenía que lograr que el tiempo, que era la vida, pasara.

Estaba simplemente incapacitada para sentir asco cuando algo supuestamente repugnante se desplegaba cerca de ella. Era por esto que era percibida más que nada como generosa y abierta

deseo de vaciar su propia historia de vida encima de cada uno de los hombres que encontraba,

¿Juntarse en el deseo, tras revelarse mutuamente sus vidas?

Debiste construirte a alguien en quien reflejarte, antes de poder descubrir lo bello en ti.
Algunas veces la gente es así de simple.

La primera vez que se encontraron, ambos tenían treinta años. Había estado sentada en un pub junto con sus compañeros de clase y bebía cerveza; bronceada y sonriente y de piernas largas, se veía desvergonzadamente sana y guapa.

Pero ¿no es la cotidianeidad un escarnio contra el amor? O, quizá más bien: ¿no es algo distinto lo que uno quiere, cuando uno descubre al otro y lo llama amor, no es justamente lo opuesto a la cotidianeidad lo que uno quiere entonces?